viernes, 17 de febrero de 2017

No ofende quien quiere, sino quien puede

La ira es una emoción y como tal se dispara de forma automática ante determinadas situaciones. En el mundo animal la ira (por ejemplo, cuando un perro gruñe y enseña los dientes) sirve para marcar territorio. Para ello es necesario que los animales se cargan de mucha energía.

En nuestro mundo la ira aparece generalmente frente a situaciones que interfieren con nuestros objetivos. Se activa cuando nos ponemos en alerta o nos sentimos amenazados, no solo para defendernos sino para sostenernos. Como toda emoción tiene una función, en este caso preparar al cuerpo para el esfuerzo necesario para vencer el obstáculo que se ha presentado.

Tendemos a consideramos la ira como algo malo, porque en la mayoría de los casos va asociada a la agresividad. Por eso, en muchas ocasiones intentamos evitar la ira y la frustración y dejamos de utilizarla. Si no usamos esa energía quedará acumulada y tendremos que darle salida en algún momento. Podemos utilizarla para respetarnos a nosotros mismos y hacernos respetar por los otros, conseguir nuestros objetivos sin necesidad de ser agresivo ni enseñarle los dientes a nadie para ello. La principal diferencia entre la ira y la agresividad es que la ira es una emoción y por lo tanto sus efectos son pasajeros, mientras que la agresividad es una conducta, que puede ser más o menos impulsiva, más o menos consciente y puede estar o no dirigida a dañar a otros. Ante una discusión o problema nos será más costoso solucionarlo de manera asertiva, ya que la ira descontrolada merma nuestra capacidad de ser asertivos.

Algunos problemas que plantea el mal manejo de la ira:

La agresividad se puede convertir la primera alternativa para conseguir objetivos. Es posible que no contemos con las habilidades necesarias o bien teniéndolas no seamos capaces de ponerlas en práctica. Esto suele suceder en ambientes donde se normaliza la agresividad y nunca se les ha puesto límites. Estos casos, es muy difícil para la impulsividad.

Responder de manera agresiva desmesurada a algo que no tiene tanta importancia. En realidad, reaccionamos a todo lo que nos ha ocurrido previamente. No desborda el vaso la gota más grande sino la última. No reaccionamos a lo que consideramos más grave sino a lo último que nos sucede. Como otros o incluso nosotros mismos, podemos considerar nuestra reacción desmesurada y tenderemos a reprimirla. Esto provocará que evitemos el conflicto por lo que nuestra siguiente reacción será más violenta.

Descargar la ira en situaciones seguras. Si hemos estado conteniendo la ira de forma habitual, ésta explote en una situación segura. Estallamos o sentimos la necesidad de descargar toda esa ira contenida. Si hemos tenido una pelea con nuestro jefe y hemos preferido no enfrentarnos a él puede que al llegar a casa descarguemos todo ese enfado con nuestra pareja.

Otro problema puede surgir cuando nosotros interpretamos que existe un ataque y una dificultad que no es vista de la misma forma por los demás. Este problema suele ocurrir cuando interpretamos las situaciones y las intenciones de los demás en lugar de reaccionar a lo que está ocurriendo sin entrar a juzgarlo. Por ejemplo, si el profesor me saca a la pizarra es porque me tiene manía y lo hace para fastidiarme.

Para poder manejar nuestra agresividad es necesario reaccionar de forma inmediata a los problemas y frustraciones. Para ello, necesitamos incorporar a nuestro repertorio conductas asertivas y habilidades de comunicación que nos permitan resolver los conflictos de una forma en la que nos hagamos respetar y respetemos a los demás.

Os dejamos este breve relato para reflexionar. Esperamos que os haya resultado de interés. En futuras entradas hablaremos más en detalle sobre la asertividad. ¡Estad atentos!

El árbol de los problemas

El carpintero que había contratado para que me ayudara a reparar una vieja granja, acababa de finalizar un duro primer día de trabajo. Su cortadora eléctrica se estropeó y le hizo perder una hora de trabajo, y ahora su antiguo camión se niega a arrancar. Mientras lo llevaba a su casa, se sentó en silencio. Una vez que llegamos, me invitó a conocer a su familia. Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas manos.
Cuando se abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación: su bronceada cara estaba plena de sonrisas. Abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa. Posteriormente, me acompañó hasta el coche. Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunté acerca de lo que le había visto hacer un rato antes.
-¡Oh!, ése es mi árbol de problemas – contestó -. Sé que no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que, simplemente, los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa. Luego, en la mañana, los recojo otra vez. Lo divertido es – dijo sonriendo - que cuando salgo en la mañana a recogerlos, ni remotamente hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior. 
Fuente anónima




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