La ira es una emoción y como tal se dispara de forma
automática ante determinadas situaciones. En el mundo animal la ira (por
ejemplo, cuando un perro gruñe y enseña los dientes) sirve para marcar
territorio. Para ello es necesario que los animales se cargan de mucha energía.
En nuestro mundo la ira aparece generalmente frente a
situaciones que interfieren con nuestros objetivos. Se activa cuando
nos ponemos en alerta o nos sentimos amenazados, no solo para defendernos sino
para sostenernos. Como toda emoción tiene una función, en este caso preparar al
cuerpo para el esfuerzo necesario para vencer el obstáculo que se ha
presentado.
Tendemos a consideramos la ira como algo malo, porque en la
mayoría de los casos va asociada a la agresividad. Por eso, en muchas
ocasiones intentamos evitar la ira y la frustración y dejamos de utilizarla. Si
no usamos esa energía quedará acumulada y tendremos que darle salida en algún
momento. Podemos utilizarla para respetarnos a nosotros mismos y hacernos
respetar por los otros, conseguir nuestros objetivos sin necesidad de ser
agresivo ni enseñarle los dientes a nadie para ello. La principal diferencia
entre la ira y la agresividad es que la ira es una emoción y por lo tanto sus efectos son pasajeros, mientras que la
agresividad es una conducta, que
puede ser más o menos impulsiva, más o menos consciente y puede estar o no dirigida
a dañar a otros. Ante una discusión o problema nos será más costoso
solucionarlo de manera asertiva, ya que la ira descontrolada merma nuestra
capacidad de ser asertivos.
Algunos problemas que plantea el mal manejo de la ira:
La agresividad se puede convertir la primera alternativa para conseguir objetivos. Es posible que no contemos con las habilidades necesarias o bien
teniéndolas no seamos capaces de ponerlas en práctica. Esto suele suceder en
ambientes donde se normaliza la agresividad y nunca se les ha puesto límites.
Estos casos, es muy difícil para la impulsividad.
Responder de manera
agresiva desmesurada a algo que no tiene tanta importancia. En realidad, reaccionamos a todo lo
que nos ha ocurrido previamente. No desborda el vaso la gota más grande sino la
última. No reaccionamos a lo que consideramos más grave sino a lo último que
nos sucede. Como otros o incluso nosotros mismos, podemos considerar nuestra
reacción desmesurada y tenderemos a reprimirla. Esto provocará que evitemos el
conflicto por lo que nuestra siguiente reacción será más violenta.
Descargar la ira en situaciones seguras. Si
hemos estado conteniendo la ira de forma habitual, ésta explote en una
situación segura. Estallamos o sentimos la necesidad de descargar toda esa
ira contenida. Si hemos tenido una pelea con nuestro jefe y hemos preferido
no enfrentarnos a él puede que al llegar a casa descarguemos todo ese enfado
con nuestra pareja.
Otro problema puede surgir
cuando nosotros interpretamos que existe
un ataque y una dificultad que no es vista de la misma forma por los demás.
Este problema suele ocurrir cuando interpretamos las situaciones y las
intenciones de los demás en lugar de reaccionar a lo que está ocurriendo sin entrar a juzgarlo. Por
ejemplo, si el profesor me saca a la pizarra es porque me tiene manía y lo hace
para fastidiarme.
Para poder manejar nuestra agresividad es necesario
reaccionar de forma inmediata a los problemas y frustraciones. Para ello,
necesitamos incorporar a nuestro repertorio conductas asertivas y habilidades de
comunicación que nos permitan resolver los conflictos de una forma en la que
nos hagamos respetar y respetemos a los demás.
Os dejamos este breve relato para reflexionar. Esperamos que
os haya resultado de interés. En futuras entradas hablaremos más en detalle sobre la asertividad. ¡Estad atentos!
El árbol de los
problemas
El carpintero que había contratado para que me
ayudara a reparar una vieja granja, acababa de finalizar un duro primer día de
trabajo. Su cortadora eléctrica se estropeó y le hizo perder una hora de
trabajo, y ahora su antiguo camión se niega a arrancar. Mientras lo llevaba a
su casa, se sentó en silencio. Una vez que llegamos, me invitó a conocer a su
familia. Mientras nos dirigíamos a la puerta, se detuvo brevemente frente a un
pequeño árbol, tocando las puntas de las ramas con ambas manos.
Cuando se abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación: su
bronceada cara estaba plena de sonrisas. Abrazó a sus dos pequeños hijos y le
dio un beso a su esposa. Posteriormente, me acompañó hasta el coche. Cuando
pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunté acerca de lo que le había
visto hacer un rato antes.
-¡Oh!, ése es mi árbol de problemas – contestó -. Sé que no puedo evitar tener
problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: los problemas no pertenecen a
la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que, simplemente, los cuelgo en el
árbol cada noche cuando llego a casa. Luego, en la mañana, los recojo otra vez.
Lo divertido es – dijo sonriendo - que cuando salgo en la mañana a recogerlos, ni
remotamente hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior.
Fuente anónima